Rosa Martha “Rossi” Hoffmann, actriz, bajo el seudónimo de Myriam Stefford.
Fue esposa del Millonario cordobés Raúl Baron Biza.
LAS JOYAS DE ROSSI HOFFMANN
Rubios cabellos, grandes y rasgados ojos grises, con destellos de pecado. Boca de carmín, con ese rictus embustero, delicioso y canalla.
El, escritor, conocido por sus libros escandalosos. El primero, (“El derecho de matar”, dedicado al Papa), se lo tildó de pornógrafo, y la edición fue secuestrada.
El segundo, (“Punto final”), lo llevò a la cárcel un par de semanas.
De Barón Biza se dijo que era : Macabro, misógino, satánico, pornográfico, provinciano delirante, escandaloso y pervertido!
En agosto de 1926, Raúl Barón Biza se embarca hacia Europa.
Donde lleva una vida licenciosa plagada de excesos.
Permanece varios meses en París frecuentando los círculos bohemios de Montmartre para posteriormente recalar en Venecia.
Allí conoce a Myriam Stefford, comenzando así una relación idílica que lo acompañará hasta el último momento de su vida.
En 1928 la pareja viaja a Buenos Aires, sembrando la envidia entre sus amistades.
Myriam se pasea por las calles porteñas llevando de la mano un leopardo amaestrado al que había apodado Gaucho.
El 28 de agosto de 1930 se casan en la Basílica de San Marcos, en Venecia, en el 31 vuelven a Buenos Aires y se radican en una exclusiva mansión de la Avenida Quintana.
En ella organizan suntuosas y surreales fiestas, las que llegan a su punto máximo de escándalo cuando invitan a encumbrados miembros de la sociedad capitalina con la condición que vinieran disfrazados de pordioseros.
A su vez recorren el puerto y distintos barrios bajos de Buenos Aires buscando mendigos auténticos para invitarlos a la fiesta.
Se sirve fainá, tortas fritas y vino a granel, luego sobrevendrá una orgía de proporciones.
Donde mujeres de rancio abolengo se acuestan en las lujosas habitaciones con pordioseros creyéndolos ricos terratenientes.
Barón Biza habría declarado luego, había tenido el todopoderoso gesto de hacer resurgir en ellos el espíritu de sus ancestrales, todo el origen de la formación de nuestra pobre y mentada aristocracia.
El autor de “El derecho de matar” tenía otra pasión, volar y se la había transmitido a su amada cosa que estaba de moda entre la “élite”, y recorrió todo el país en su avión, “el Chingolo”.
Habiendo obtenido su licenciatura de aviadora civil en dos semanas, luego de un curso breve pero intensivo con Luis Fuchs, jefe de la escuadrilla negra de su país durante la primera guerra mundial.
Barón Biza le compró un avión a su amada y contrató al germano, la joven veinteañera aprendió a conducir aviones, obtuvo su brevet de piloto y modificó que la Dirección de Aeronáutica le otorgara un salvoconducto para realizar una riesgosa travesía, unir las capitales de las catorce provincias que para ese entonces conformaban la Argentina.
Myriam y Barón Biza ya habían tenido una experiencia previa cuando unieron Río de Janeiro con Buenos Aires en una avioneta propia.
LAS JOYAS Y LA DESGRACIA
Los dos parten desde Buenos Aires en el Chingolo I.
Tras un par de aterrizajes de emergencia en Santiago del Estero y Jujuy, él desiste de la aventura.
Ella decide continuar con el plan de vuelo a bordo del Chingolo II, en compañía del ingeniero Fuchs.
A las 7 de la mañana del 26 de agosto de 1931, decolaron en La Rioja rumbo a San Juan.
Sin inconvenientes y con óptimas condiciones meteorológicas.
En la provincia cuyana los esperaban con un banquete, pero a unos 25 kilómetros de la capital, el avión se precipitó sobre un arena muriendo Myriam y el ingeniero alemán.
Inmediatamente la tragedia suscitó un millón de conjeturas.
Que el millonario pergeñó el accidente por celos, que Myriam había organizado el viaje como una manera de promocionar su vuelta al cine, programado para el año próximo.
Que la fatalidad fue potenciada por el desconocimiento de la joven hacia el tema aeronáutico.
Lo que haya sucedido, provocó en el viudo una reacción alocada que le impulsó a enterrar el motor del avión en el mismo lugar del accidente y erigir un monumento dentro de su estancia en Los Cerrillos, Córdoba.
Cuando Myriam Stefford murió la vida de Barón Biza cambió para siempre.
Ella había sido su primer amor, quizás el más importante y la musa inspiradora de sus mejores versos.
El 26 de agosto de 1935 se inicia la construcción sobre la RP 5 del hasta hoy, mausoleo más grande de Argentina.
JOYAS BAJO TIERRA
“Que el monumento sea más alto que el Obelisco de Buenos Aires”,.
Le dijo Barón Biza al ingeniero Fausto Newton, ya sus órdenes comenzaron a trabajar una centena de obreros polacos para erigir la mole de cemento.
La torre fue inaugurada el 30 de agosto de 1936, a cinco años del accidente y en ella descansaban los restos de Myriam Stefford y -dicen- las joyas de la mujer enterrada en la cripta subterránea protegida por una lápida y un sistema de explosivo.
El mausoleo en forma de ala de avión mide 82 metros, un diseño inspirado en la arquitectura egipcia.
“para conocimiento de tantos palurdos ignorantes que pululan por ahí, el mausoleo de mi amada Miriam, NO representa el ala de un avión Es un jeroglífico egipcio, que representa…………………….¡ LA ETERNIDAD!.” .
Más adelante, a principios de los años 40, corrió el rumor de que se tramaba violentar el edificio con explosivos, para llegar a las joyas, por lo que el cuerpo, y las joyas, fueron retiradas secretamente. Donde los colocò Baròn Biza, es un secreto que se llevò a la tumba.
Pero, la historia no termina aquí.
Raùl Barón Biza, dos años después, conoce a la bellísima Clotilde Sabattini, hija de un político de renombre, que supo ser Gobernador de Córdoba.
Pero Sabattini, no querìa saber nada de que su hija se case con este “loco”. Se opuso terminantemente.
Entonces Barón Biza, cortó por lo sano. Raptó a Clotilde, y tres días después, aparecieron casados!! Hecho consumado!!
Tuvieron tres hijos. Dos varones (Jorge y Juan Barón Biza) y una mujer. Pero las cosas, con el tiempo, llegaron a ir mal. Años después, a principios de los 60, se hicieron los arreglos para el divorcio.
En una reunión dentro del estudio de uno de los abogados, en el año 1964, Raùl Baròn Biza, asignado whisky para todos.
Más tarde, haciéndose el ofendido por una discusión, arrojò el contenido de su vaso, en la cara de su esposa.
Pero no era whisky. Barón Biza, de antemano, había cambiado el whisky, por ACIDO CLORHÌDRICO!!!
La odisea de Clotilde Sabattini, su sufrimiento, las operaciones que nunca podrán arreglar su horrendo rostro desfigurado, y su posterior suicidio, tirándose de un edificio, en el año 1977, están relacionadas en el libro “El desierto, y su semilla”, que Jorge Barón Biza, un hijo de la pareja, publicado en 1999.
Un año después, él también se suicidó, arrojándose de un piso 12, en la ciudad de Córdoba. Era periodista de “Página 12”.
Unos años antes, su hermana, había seguido el mismo camino, tirándose de un edificio, pero en Buenos Aires.
Y Raúl Barón Biza?………….. bueno, también hizo lo mismo!
Cuando la policía allanó el estudio, para meterlo preso, encontró que se había suicidado. Se pegó un tiro, según se dice.
Queda vivo, el segundo hijo de la pareja. Pero tiene problemas mentales, y no se descarta un final trágico.
Dejó algunas cartas, dando instrucciones de ser cremado, y de que sus cenizas, únicas depositadas en el mausoleo de Miriam, “su único amor”. Detrás del mausoleo, hay un olivo. Debajo de éste, están las cenizas del.
Lo que alimenta el mito de que Miriam Stefford està aun allì, es que èl haya pedido reposar en ese lugar. Pero el cadáver de la aviadora, no está en la cripta.
Perooooo….y de sus joyas y del diamante…..
JOYAS MALDITAS
Una de esas tantas leyendas es que junto al cuerpo doliente de la mujer, también se sepultaron las decenas de joyas que el millonario cordobés le había regalado a su amor.
Enterradas bajo kilos y kilos de cemento.
Parte del tesoro no incluye el anillo de diamante que según el propio Barón Biza, destaca que su pobre Myriam –según sus palabras- causará envidia en muchos salones, teatros y balnearios.
Era, para el escritor y excéntrico millonario, “uno de los más maravillosos diamantes que el mundo haya visto”.
El delirante Barón Biza construyó un relato –inverosímil en muchos aspectos-, que dotó a la joya de un designio maldito. Al año de la muerte de Stefford, el escritor Segundo Gauna, amigo del viudo, publicó en la revista Caras y Caretas la historia de la piedra preciosa relatada por el propio Barón Biza.
Transvaal.
Allí se explotaban los minerales, pero más se explotaba a los negros esclavos. Tal el caso de Togu, quien, pico en mano, descubrió la piedra y supo, desde entonces, que esa belleza era su puente hacia la libertad.
Debía esperar un mes para que se cumpliera el plazo que le permitiera un momento de descanso a partir del cual podría escapar. ¿Cómo resguardar tal tesoro durante todo ese tiempo?
Comerlo, como eran buena parte de sus desafortunados compañeros, era imposible por su tamaño.
Togu no tuvo mejor idea que abrirse el vientre para esconderlo en sus vísceras. Lógicamente, una infección terminó con su sueño de liberación y también con su vida.
En la autopsia sobre el esclavo apareció la joya, que pesó cerca de 75 quilates. Enviada a Amberes, quedó al resguardo en una caja fuerte hasta tanto alguien la comprara.
Como eso no pasaba, el vendedor encargado, apellidado Brown, la empezó a usar en ocasiones especiales, hasta que un asalto a su comercio terminó con su vida.
Al poco tiempo, el diamante fue vendido por poca plata a un comerciante turco, que se lo vendió a quien se hacía llamar ‘rey’ de Indore, una ciudad India. El monarca, lo regaló a Zulma, la favorita de su harem, que apareció ahogada al año de recibir el regalo.
Rescatado de sus dedos, el supuesto rey, sin duelo, lo volvió a obsequiar, ahora a Miss Ketty, afamada bailarina de Estados Unidos que, a poco de volver a su país, fue asesinada por su pareja, movido por los celos enfermizos. El femicida se llevó el cuchillo y también la piedra preciosa.
Cuenta Barón Biza que nada más se supo del diamante, hasta que años después, la Condesa de Buscoli, una noble italiana, que tras haber perdido toda su fortuna en el juego, se suicidó en los jardines del casino de Montecarlo.
El dedo mayor de su mano derecha estaba envuelto en el trágico anillo que nadie había querido comprar en el casino: o es falso o está maldito, pensaron todos.
Tras esto, el cordobés Barón Biza lo compró en París y en una góndola veneciana, le declaró su amor eterno a Myriam.
El propio Barón Biza, que más tarde sería yerno del gobernador Sabattini e intentaría matar a la hija de éste, contaba que con Myriam “nos reímos muchas veces, recordando la historia del diamante”.
Tras la muerte de su jovencísima esposa y pese a la leyenda de las joyas enterradas bajo el ala, el anillo maldito tuvo otro destino: “Ya no causará más víctimas. Ahora está depositado en la caja fuerte de un banco y de ahí no saldrá”.
Bueno una historia con matices inspirada en otros famosos diamantes, poco creíble, pero para una época en la que seguramente las personas que las leyesen quedarían con la boca abierta.
Lo cierto es que las joyas nunca han aparecido.
¿Qué piensas?