MADRUGADA DE VIERNES SANTO DE 1968: UNA HISTORIA DE PÉRDIDA Y EMOCIÓN
Sevilla se estremeció al conocer la noticia que dejó a los gitanos de la Cofradía y a sus hermanos Payos con el corazón oprimido y una angustia que no les permite encontrar la paz.
Sucedió lo inesperado, lo que nadie imaginaba que pudiera ocurrir: durante la procesión de la madrugada del Viernes Santo, un valioso collar de perlas de la casa ducal de Alba, engalanando a la Virgen de las Angustias como una pulsera en una de sus muñecas, desapareció misteriosamente.
Año tras año, la Virgen parte de la iglesia de San Román adornada con fabulosas joyas y siempre regresa con ellas intactas. Todo el mundo lo sabe. Sin embargo, esta vez, Sevilla llora por ese collar de treinta y tres perlas enormes, más la del broche, que debió desprenderse de la sagrada imagen en algún punto del recorrido y caer al suelo, quizás por los respiraderos del paso o enredado en los claveles blancos que adornan su contorno, arrancados por los numerosos devotos.
La periodista Margarita Landi estuvo allí, y a través de su pluma emotiva, nos transmite la crónica que realizó entrevistando al mayordomo y al prioste de la «Real e Ilustre y Fervorosa Hermandad Sacramental, Ánimas Benditas y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús de la Salud y María Santísima de las Angustias (Los Gitanos)».
LA IDEA DEL ROBO DESCARTADA POR COMPLETO: LA PREOCUPACIÓN ES EMOCIONAL, NO MATERIAL
Todas las imágenes de la Virgen lucen alhajas muy valiosas en las procesiones de Semana Santa, y no se recuerda que haya habido pérdidas o robos nunca. La idea del robo debe descartarse; lo de menos es el valor monetario. Nadie osaría tomarlas.
Este año, la Virgen de las Angustias lució menos joyas que de costumbre, pero se sabe que el año pasado se acercaba a los ochenta millones de pesetas el valor de todas las que prestó la señora duquesa de Alba. Al día de hoy, estaríamos hablando de entre catorce y veintiún millones de Euros.
El vestir y alhajar a las imágenes es una tarea agradable, si bien laboriosa y complicada realizada por el prioste honorario que es quien la viste y desviste a lo largo de todo el año en los numerosos cultos que celebra la Cofradía.
Unas dos horas antes de comenzar el rito un cabo y tres números de la Guardia Civil llegan a la iglesia de San Román y ya no se alejan de la imágen hasta que llega su relevo para acompañarla en la procesión; de modo que permanecen en el templo desde las diez o las once de la noche del Miércoles Santo hasta las tres de la madrugada del Viernes Santo. Cuando la sagrada imagen queda totalmente engalanada, el templo se cierra y la Guardia Civil recibe la orden del hermano Mayor, siempre gitano según las reglas, de que no dejen a nadie, siquiera a él mismo, aunque se haga presente y así lo solicite.
Al día siguiente, jueves, al abrirse la iglesia, los fieles pasan ante las imágenes para admirarlas pero sin acercarse a su altar, que continúa guardado y vigilado por los miembros de la Benemérita.
Es sabido que durante la procesión nadie puede acercarse, pero se sabe que en los muchos movimientos a lo que es sometido el paso durante su largo recorrido, alguna alhaja se desprenda y caiga, cosa difícil ya que todas van aseguradas con alambres, pero al ser tantas siempre está la posibilidad de que alguna de ellas quede enredada con otras y termine deslizándose sin que cófrades o costaleros lo adviertan ya que se encuentran en recogida oración.
A su regreso, y bajo la atenta mirada de la Guardia Civil, el prioste retira las joyas en presencia del Hermano Mayor y el contador de la
Junta de Gobierno quien tras guardarlas en sus respectivos estuches, las trasladan al palacio de las Dueñas, en donde les habían sido entregadas por por el apoderado de la casa ducal, don Ricardo González de la Peña, y cotejan una por una con la lista en la que se apuntaron las piezas entregadas.
El susto de este año ha sido mayúsculo. Se desconoce el valor material del hermoso collar pero si se sabe que es una joya antigua de la familia y sumamente apreciada, desde el punto de vista sentimental.
El hermoso collar perdido es una joya antigua de la familia y sumamente apreciada, más desde el punto de vista sentimental que material. A veces, la misma duquesa de Alba ha colocado las alhajas en la Virgen, mostrando su profunda devoción.
Todos los hermanos sienten un profundo pesar por el disgusto que ha supuesto para la señora duquesa la pérdida de esta prenda familiar, y rezan día y noche para que aparezca.
Desde estas páginas, hacemos un llamamiento a la conciencia de quien pueda tener ese collar: devuelvalo. Nadie le hará nada, y nadie tiene por qué enterarse de quién es. Puede devolverlo bajo secreto de confesión o llevándolo a la iglesia de San Román de Sevilla, envuelto como una vela de promesa y depositandolo en el lugar habilitado para tal fin.
Reiteramos, no se trata del valor material de esas perlas, sino de lo que representan. Tienen historia y han sido lucidas por la Santísima Virgen de las Angustias durante muchos años. Quien las tenga, que las devuelva para tranquilidad de los mil Hermanos de la Cofradía gitana, unidos en su amor al Cristo de la Salud y a la Virgen de las Angustias, quienes no descansan pensando en tan lamentable pérdida.
La Real e Ilustre Cofradía fue fundada en el siglo XVIII en una capilla de la cárcel Pópulo. De condición modesta económicamente, pero de todos es bien conocido su prestigio, del que se sienten tan orgullosos los sevillanos. Fundada por un gitano, las reglas estipulan que el Hermano Mayor debe ser siempre, a ser posible, gitano, y así se ha venido haciendo. Uno de sus Hermanos Mayores fue «Gitanillo de Triana».
Y ahora, la gran pregunta: ¿Apareció el collar?
Si por suerte se recuperó.
¿Qué piensas?